lunes

EL MAR, MI MAR, EL MAR

Dicen que los Barceloneses somos uno de los pueblos más mediterráneos. Debe serlo.

En momentos de frustración, o duda, o miedo, o tristeza, incluso de absoluta felicidad, el mar es un gran amigo al que recurrir.

Cuando uno se sienta a la orilla del mar y mira al frente se encuentra con el horizonte. Un punto hacia el que avanzar. Un lugar al que llegar. Y delante no hay ningún camino, hay infinitas posibilidades de alcanzarlo. Siempre se puede seguir andando. Siempre. Cada día saldrá y se pondrá el sol en ese horizonte o en otro. Y siempre habrá una manera de llegar a él. Y si un día no lo alcanzamos, mañana habrá otra posibilidad. Y si no, al otro y al otro y siempre habrá una nueva oportunidad. y siempre habrá un lugar hacia dónde seguir caminando. Siempre habrá un horizonte.

Y además el mar nos hace un curioso regalo. Podemos dejar salir de nosotros todo y él se encarga de lavar en sus aguas nuestras agonías, se las lleva hacia dentro y las pierde en la nada y el todo. Y nos trae agua limpia, siempre más agua. Que nos llega en un número infinito de olas que son entra ellas todas, absolutamente todas, únicas, especiales e irrepetibles.

El mar nos limpia de lo malo. Nos vuelve transparentes y fuertes y nos enseña a luchar por que siempre hay algún objetivo que alcanzar y más posibilidades y maneras de llegar a él de las que pensamos y soñamos.

Todo eso es el mar. Todo eso hacen las mareas. Todo eso es el horizonte. Un consejo gráfico que nos envía la vida, la madre naturaleza.

Y yo lo veo. Y lo acepto. Y creo en él.

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