lunes

EL CAZADOR DE DRAGONES

Un día conocí a un niño. Tenía algo especial, una luz que le hacía brillar por encima de todas las cosas.
Estaba yo sentada en el banco de un gran parque cuando se sentó al lado mío. Teníamos enfrente un inmenso jardín de tulipanes rojos como rubíes.
- Mira, son del color de la sangre.
Aquel chiquitajo me sorprendió mucho con esa comparación. No tendría más de cinco años. Y yo, por animarle un poco, le dije que también podían ser del color de las fresas.
- ¡No! – Me dijo muy enfadado – las fresas tienen pepitas y además hay muchas que no son rojas.
Me disculpé enseguida por el error pero le dije que la sangre era una cosa fea y que los niños no tenían que hablar de eso.
Pero entonces aquel pequeño, cuyos pies movía continuamente sin que le llegaran al suelo, se quedó mirándome sonriendo, se me acercó poco a poco al oído y me dijo, casi susurrando:
- Es que yo soy cazador de dragones y a veces les hago pupas y les sale sangre. Bueno, aunque ahora que pienso... – y puso un gesto graciosísimo levantando la mirada y tocándose la barbilla. – Es verdad, hay Dragones que tienen la sangre azul.
- ¿Sí? ¿y tú los cazas? – Dije yo fingiendo sorprenderme.
- Sí mira.
Cogió una espada de juguete, se puso un cubo a modo de sombrerito y me dio la mano. Me pareció tan divertido aquel pequeño que decidí irme con él. Nuestro héroe se llamaba Joan.
Empezamos a cruzar por aquel jardín de tulipanes. Yo apenas podía dejar de mirar el suelo pues llevaba unos zapatos muy poco adecuados para esos menesteres. De repente algo me sorprendió muchísimo, un charquito en el camino. ¿Pero si no había llovido? Y al levantar los ojos me quede perpleja. Enfrente de nosotros había un inmenso lago azul, tan transparente que se veían todos los peces. Los había de todos los colores. Y al mirar atrás, toda la ciudad había desaparecido: la gente, los coches, sólo un infinito campo de tulipanes rojos y algún que otro cerezo, por cierto, cargadísimos de cerezas.
Joan tiró de mi mano, y en lo primero que me fijé al bajar la vista fue en la manga de mi vestido, un vestido extrañísimo, que parecía hecho de retales de tul y seda. De pronto parecía un hada, incluso aquellos incómodos zapatos, se habían transformado en unas cómodas zapatillas verdes adornadas con margaritas. Casi había olvidado al pobre Joan.
- ¿Cómo te llamas? – Entonces me di cuenta que no se lo había dicho.
- Me llamo Ágatha.
- Eres muy simpática Ágatha. Vamos. – Aquel comentario del pequeño, con esos ojazos negros tan profundos no pudo menos que sonrojarme.
Había, en aquel lago, un minúsculo muelle en que yacían amarradas algunas góndolas de cristal. Y es que, enfrente, en medio del lago se vislumbraba una isla llena de color. El pequeño Joan tiró de mi otra vez.
- Venga princesa súbete en el barco que te voy a llevar a mi mundo.
La verdad es que, por aquellos entonces no estaba demasiado centrada, así que sin dudar un segundo le hice caso a mi joven anfitrión y me subí a la barca.
Enseguida un enorme pez de un montón de colores se nos puso detrás y fue empujando la barquita hasta el islote.
Cual fue mi sorpresa al llegar al puerto de Níebora, como se llamaba aquel país, y ver que todo era un inmenso jardín de chucherías y chocolate. Los árboles, de caramelo, daban como fruto bombones rellenos. El suelo era un entramado perfecto de palitos de caramelo de todos los colores.
De pronto un Leopardo nos salió al encuentro. Yo asustadísima me agache tapándome la cabeza y abrazando a Joan para que aquella bestia se fuese sin hacernos nada.
Y de nuevo otra sorpresa al ver que Joan se zafaba de mí y se acercaba a aquel bichejo.
- ¿Bueno Rudo, como están las cosas por aquí? – Le dijo el pequeño Joan al Leopardo.
- Pues la verdad Joan es que no muy bien. Aquí, en esta parte de Niébora no hay problema, pero en la aldea de los cocodrilos vuelven a haber dragones que les asustan y roban.
- No hay problema, voy a ir a liberarles de eso ahora mismo.
Yo, la verdad, ya había perdido completamente la noción espacio tiempo. Me encontraba junto a un pequeño que hablaba con los Leopardos!
- Vamos Ágatha, tenemos que ir a la aldea de los cocodrilos.
La verdad es que no sabía qué hacer, me incorporé un poco, ya que aun seguía agachada por el miedo al leopardo, y le di la mano a Joan.
Estaba en un mundo de Caramelo, vestida igual que una hada y de la mano de un pequeño que estaba hablando con un leopardo. Miré un poco más allá y vi una aldea.
- ¿Esa es la aldea de los cocodrilos?
- ¡¡¡No!!! – Dijo Joan. Esa es la de mis amigos Leopardos. Tenemos que pasar por ahí para ver a la duende Sara, que nos dará las alas para poder volar hasta donde necesitemos.
La verdad, no quise preguntar más, le cogí la mano y pasamos entre las columnas que daban entrada a la aldea. Mientras andábamos hacia ella me fijé en la ropa del pequeño. No había reparado en que parecía todo un caballero de la edad media, con su escudo, su armadura y su espada. En esos momentos supe que realmente mi familia tenía razón, necesitaba unas vacaciones, demasiado ajetreo cada día.
Mientras pensaba en todo eso llegamos al poblado de los leopardos. Las casas eran muy grandes, y llenas de jardines, y en cada esquina había un parque lleno de cosas para jugar. Y había muchos niños que compartían los juegos y los deberes con los Leopardos.
De pronto llegamos a un minipalacio de cristal. Pero, aunque era de cristal, no podíamos ver que era lo que había dentro.
- ¡Sara! -Gritó Joan en lugar de llamar a la puerta.
- ¡No chilles! Si estoy aquí arriba.
Y en lo más alto de una de las torres estaba aquella duendecilla sentada con las piernas cruzadas.
Tenía Sara unas preciosas alas como de tul transparente que brillaban sin parar de un color distinto cada segundo. No era verde, como siempre imaginé a los duendes, pero sí vestía de verde. Era dorada, parecía un ángel de lo hermosísima que era. Tenía las orejas puntiagudas y no dejaba de sonreír ni por un solo instante.
- Ya quieres otro par de alas ¿eh?
- No – respondió Joan.- Hoy quiero 4. Mi amiga Ágatha viene conmigo.
- Bueno pues, ahí las tienes
Levantó su manita, cerro aquellos enormes ojos y sopló cual si en la palma de su mano hubiese unos polvos mágicos.
- Al instante yo tenía en mi espalda dos hermosísimas y enormes alas
- Ten cuidado. Bufón, que es como se llama el dragón que vas a buscar, es muy malo, recuerda es foguidente. – Le dijo Sara antes de desaparecer.
- ¿Qué es foguidente Joan? - pregunté casi sin querer.
- Pues que echa fuego por las muelas.
“ Mejor hubiera sido que no me lo hubiera dicho” pensé.
De pronto, sin saber cómo empezamos a separarnos del suelo sin darnos apenas cuenta.
- Dame la mano y yo te llevo.
La verdad es que estaba asustadísima. Subimos entre las nubes, que resultaron ser de algodón de azúcar y sentía el aire fresco y con olor a tantas y tantas flores que me sentí casi en el paraíso y cerré los ojos.
Cuando los abrí, estaba tumbada en una enorme cama con sábanas de seda y mil animalitos tenían los ojos puestos en mi.
- A ver chicos, dejad pasar. Hay que darle a nuestra invitada una vasito de agua. No tuvo un aterrizaje muy delicado. Nena, ¿No te habían dicho que no se pueden cerrar los ojos mientras se vuela?
Creí estar delirando. Todo esto me lo venía preguntando una señora Cocodrilo que traía una jarra de plata llena de agua de color azul. Cuando un niño me lo acercó no sabía si beber o no, pero claro, en aquella habitación había un cocodrilo. Así que bebí. No sabría describir el sabor de aquel mejunje. Era maravilloso. Me recordaba a un zumo secreto que me hacía mi abuela cuando era pequeñita y no pude menos que sonreír y conmigo sonrieron los mil animalitos que había allí observándome, incluso la señora Cocodrilo.
- Soy Diana, la matriarca en esta aldea. – Me dijo .
- Yo soy Ágatha.
- Lo sé
- ¿¿Y Dónde está á Joan??
- Esta en la plaza de las manzanas enfrentándose con Bufón.
De pronto un miedo atroz se apoderó de mí.
- Quiero verle
- No tienes más que asomarte a la ventana, pero ten cuidado.
Me asomé corriendo. A un lado estaba Joan, con su armadura y su espada. Y enfrente había un enorme Dragón verde que no hacía más que echar humo por el hocico.
- De nuevo frente a frente Bufón.
- Esta vez no te dejaré salir tan fácil Joan.
Joan salió corriendo hacía Bufón y éste bajó la cabeza y echo una bocanada enorme de fuego. Pero Joan dio un salto espectacular y se colocó detrás del dragón. Éste, cuando quiso darse cuenta y moverse torpemente con sus enormes patas, ya Joan le había clavado la espada en el corazón. Bufón cayó sin respirar en el centro de la plaza.
- ¡¡Viva Joan!! - Gritaban a coro cocodrilos y niños. - ¡¡Nos volviste a salvar!!!
Tras unos cuantos abrazos y algunos besos Joan llegó hasta Ágatha.
- Pon la mano.
Y dejó caer en ella unas gotas rojas
- ¿ Ves como la sangre es del color de aquellas flores?
Al decirme que era sangre y mientras asentía con la cabeza mi limpié rápido la mano en el vestido.
Cerré los ojos y suspiré profundamente. Y al abrirlos...





Estaba sentada en aquel banco, con aquel crío mirándome con la profundidad del océano. Se oyó de lejos a su madre que lo llamaba.
- Me tengo que ir. Eres muy simpática.
Y se marchó.
Yo me quede un momento mirando aquellos tulipanes pensando en sí, quizás todo había sido un sueño. Pero al bajar la vista mi pantalón tenía una mancha roja como si me hubiera restregado la mano. ¿Y si de verdad lo había hecho? Sonreí y me fui a casa a cambiarme de pantalones. Pero extrañamente no me sentía cansada y mi vida de pronto la sentí desahogada, como si en realidad hubiera podido parar el tiempo para volar, viajar, o simplemente reírme por que tenga ganas.
Aquella tarde aprendí una lección, y me la tuvo que dar un niño. Tantos años criticando a esas personas que de vez en cuando parecen estar en las nubes y ahora, gracias a Joan, me doy cuenta de que nadie debiera dejar de soñar.
Y en ese instante, en ese banco, mirando aquellas amapolas, fui tremendamente feliz.







FIN

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